Mis autorretratos no buscan imponer una narrativa, sino abrir espacios de dialogo para que la imaginación de quien las observa vuele libremente. Al hacerlo, mi propio proceso creativo se enriquece, porque lo que transmito deja de ser únicamente mío y se transforma en algo compartido, algo vivo.

La conexión que se genera entre mi mensaje y la interpretación del espectador es única y profundamente personal. Cada quien ve algo distinto, cada quien siente algo diferente. Esa interacción entre mi intención como creadora y la percepción del observador es el verdadero corazón de mi obra. En esa comunicación, a menudo silenciosa pero siempre potente, se establece un puente que trasciende las palabras y los límites individuales.

El misterio no es una estrategia, sino una invitación. En mis fotografías, las sombras, las miradas veladas y las texturas evocan sensaciones más que certezas. No ofrezco respuestas claras, porque lo que busco es crear un diálogo. Mis autorretratos no son sólo ventanas a mi mundo interior, sino espejos en los que cada persona puede proyectar sus propias emociones, historias y significados.

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